Buenos Aires, Argentina
Antes de la pandemia de covid-19, Daisy García, de 26 años, atendía a unas ochenta personas por día en un comedor comunitario de la provincia de Buenos Aires. Ahora, son cerca de 1.000.
Nunca, nunca imaginamos que íbamos a llegar a esto”, comenta García. Desde que migró de Paraguay hace 14 años, esta joven vive en la zona oeste del municipio de La Matanza, el más poblado de la provincia de Buenos Aires. El comedor está en un edificio de dos pisos construido a base de bloques de hormigón y donde también funciona un jardín de infantes, un lujo en el barrio 17 de marzo, en medio de caseríos, basurales y calles de tierra que se inundan cada vez que llueve. No hay un descanso. Antes trabajábamos con 70 u 80 porciones y ahora la pandemia nos dio vuelta, entre 450 a 500 al mediodía y a la noche 350 a 400 porciones diarias; también trabajamos los fines de semana”, describe.
Hay mucha necesidad y muchas voces que piden. La gente viene de todos lados de por aquí”.
Ubicada a unos 20 minutos en auto del emblemático Obelisco de Buenos Aires, La Matanza es uno de los retratos más dramáticos de la pobreza en Argentina, país con 122 villas y asentamientos.
Casi la mitad de los 1,7 millones de personas que viven en este municipio son pobres. Los casos de covid-19 aumentan cada día y la ocupación de camas en terapia intensiva se encuentra saturada. En una semana, hasta el lunes pasado, hubo 6.680 contagios, más de 1.000 por encima de los reportados la semana anterior, lo que eleva a unos 105 mil los casos registrados.
La delincuencia por el control de la droga entre los barrios de la zona oeste del municipio es un problema sempiterno. Sobre todo, por “el paco”, la pasta base de cocaína.
Prácticamente no hay servicios tan elementales como salud, electricidad, y sobre todo cloacas y agua potable. Las periódicas crecidas del río La Matanza dejan las calles sumergidas en agua sucia. Nosotros estamos abandonados”, grita un hombre.
Silvana Grisel Meza tiene 20 años y lo que más quiere es que su hijo, de dos años, tenga más oportunidades de las que tuvo ella.
Acá adentro no se aprende nada bueno”, afirma sobre su barrio Puerta de Hierro. Lo dice por experiencia propia. De sus diez hermanos, uno falleció por ajustes de cuentas y otra está en la cárcel por homicidio. Ella y su marido se conocieron en una clínica de rehabilitación.
Construir una vida mejor ahora parece imposible.
Meza es ama de casa y su pareja vive “de changas”, como se les dice a los trabajos ocasionales. Pero en tiempos de pandemia, “conseguir changas es muy difícil”.
El barrio San Petersburgo es uno de los más peligrosos de la zona y está rodeado de garitas policiales. Había logrado disminuir la violencia del narco, pero en los últimos meses, durante la pandemia, “las cosas volvieron a su sitio”.
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